Con solidaridad y respeto a Miguel Angel Yunes Linares, Héctor Yunes Landa y José Francisco Yunes Zorrilla
Francisco Cabral Bravo
Eppur si mouve. La frase se le atribuye a Galileo Galilei, quien después de haber sido obligado a retractarse de sostener que la tierra giraba alrededor del sol, pudo haber dicho “y sin embargo, se mueve”. Es decir independiente de lo que uno crea, ahí están los hechos. La frase me viene a la mente en algunos momentos al ver lo que pasa en el país, pero en una connotación distinta. Y a pesar de todo se mueve. Pues resulta que a las palabras nunca se las lleva el viento, resulta que las palabras se quedan y al igual que las ideas tienen consecuencias. En las familias, como en la política, las palabras cuentan e impactan.
Por eso es tan preocupante lo que pasa en latitudes importantes para nosotros. Hay palabras que trascienden de generación en generación y separan por siempre a las familias. La manera, el tono, la forma en la que se dice una palabra revela el fondo y propósito de quien la dice. Resulta imposible recuperar una palabra que ha salido de nuestra boca.
Tenemos múltiple ejemplos en las recientes contiendas electorales sobre el poder de la difamación, pues, a fuerza de mentir y sembrar odio, algo quedará. El lenguaje del odio juega en contra de la libertad construye mentiras, provoca miedo y estereotipos cuyos daños, lo ha demostrado la historia, suelen ser irreversibles. Una vez juzgado alguien por las redes sociales y/o medios de comunicación ya el resto del proceso pasará a un segundo plano. En México enfrentamos grandes desafíos y las alternativas convergen finalmente en decidirnos por una vía institucional que nos permita construir puentes de diálogo y respeto con la ley como sustento, o bien la vía del odio, la polarización y confrontación permanente.
Las tentaciones del odio no son menores porque elegir lo contrario suele no ser tan popular, pero habrá que estar conscientes de que en campos secos o con muy poca lluvia, quien prenda un cerillo, puede también quemarse en ese incendio. Frente al hartazgo, reclamo, cansancio y frustración de miles de ciudadanos esta la responsabilidad de hacer política, no politiquería que es la corrupción de la actividad política, cuando se engaña, manipula y abusa del poder con intrigas y bajezas puestas al servicio de unos cuantos.
La politiquería “carece de grandeza, de proyección histórica, es la degeneración de la política, el oportunismo es uno de esos elementos”.
Son tiempos de la política que haga posible construir la paz y el bien común teniendo como referente la certeza jurídica y el cumplimiento de la ley.
El mar humor social es ya una pandemia, no es solo un asunto doméstico. Lo hay por todas partes y más vale tomarlo en serio y de buenas. La semana pasada en la discusión del Sistema Nacional Anticorrupción, legisladores del PAN impusieron medidas revanchistas contra una sociedad civil que se atrevió a forzar al servidor público a la transparencia, y recurrieron a una especie de píldora envenenada que al forzar a proveedores privados de servicios al mismo nivel de transparencia que el funcionario público (repito, público, queriendo decir que este come gracias a recursos proveniente de los impuestos que pagan los ciudadanos) pudieran sabotear un intento legítimo de una sociedad civil harta de corrupción e impunidad. Una vez más, es la debilidad institucional la que forzó a la ciudadanía a actuar ante la falta de una fiscalía independiente emponderada, y dada la evidente debilidad de una Secretaría de la Función Pública.
¿Era ideal la Tres de Tres? Está lejos de serlo, y mucho menos como medida aislada, pero es un simple reflejo de una sociedad desesperada ante su impotencia. Cada vez resulta más evidente que cualquier sistema real que le ponga límites a la creciente y grotesca corrupción que vive el país tendrá que pasar por un proceso de amnistía, que provoca náuseas, con tal de que políticos que acumulan niveles inexplicables de riquezas después de una vida en el “servicio público” (habría que preguntarse a quién realmente han servido) boicotearán una y otra vez cualquier medida que los ponga en riesgo.
Estamos jugando con fuego. Ante la falta de legitimidad institucional, el uso de la fuerza que debiera ser perfectamente legítimo, provoca duda. Hay escepticismo bien fundado ante cualquier “verdad histórica”, por sensata que parezca. La debilidad en nuestras instituciones nos deja sin cimientos sobre los cuales construir la modernidad que el momento que vivimos exige, y sin la cual ningún progreso significativo es sostenible.
No se trata de apagar fuegos, sino de preguntarnos cuál es el común denominador de las causas de incendios que podrían salirse de control. No hay soluciones fáciles, no se trata de empezar cacerías de brujas. La única alternativa es, cuanto antes, construir instituciones que fortalezcan al imperio de la ley. En esta tarea no cuentan solo los políticos sino todos aquellos que desde su condición pueden abonar al odio y a la construcción de muros, o bien pueden decidir construir y fortalecer los puentes indispensables que demanda la democracia y también la libertad.
De acuerdo con diversos análisis que le hicieron al PRI, después de la derrota del 5 de junio son cinco las principales razones que tienen a la sociedad inconforme: corrupción, impunidad, inseguridad, crisis en el respeto a los derechos humanos y la desigualdad.