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La bandera de la corrupción

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Con solidaridad y respeto a Miguel Angel Yunes Linares.
Francisco Cabral Bravo

¡Es la corrupción estúpida! Esta frase debería memorizarse, ¡no!, mejor hacer calcomanías y pegarlas en la frente de todos los políticos que creen que el resultado de las elecciones pasadas tuvo que ver con algo diferente que no sea el hartazgo en contra de la corrupción de la clase política y los gobernantes de este país.

Vale la pena voltear a ver lo que está haciendo el mundo, entender los retos que enfrentan otros países y analizar propuestas. Nuestra miopía nos está rezagando.

El gran mensaje de las elecciones fue un rechazo al status quo, un poderoso reclamo para poner fin a los virreyes y abrir paso a los gobernadores. Para estar a la altura de las expectativas se necesitarán éxitos tempranos y respuestas que a los ciudadanos les signifiquen, por un lado, el cumplimiento de las promesas hechas en campaña y a la vez se traduzcan en mejoras visibles y palpables en lo que les afecta en su día a día. Se necesita algo más que voluntad política para conseguirlo.
Corto y contundente: ¡es la corrupción estúpida!

Esta es la frase perfecta para que PRI, PAN, PRD, Morena y el resto de la chiquillada de que no fueron sus “extraordinarios candidatos” que ganaron las gubernaturas, los municipios, y las legislaturas. Los electores usaron su única arma, dentro del Estado de derecho y votar en contra de los partidos y políticos corruptos. Así de sencillo los castigaron políticamente.

Y aunque la preocupación sobre la economía y la seguridad pesa sobre el electorado, esta preocupación se vuelve indignación, “mal humor social” cuando a este pastel de problemas se agrega como turrón la corrupción.

Tal vez nunca como ahora estamos pagando las consecuencias de un sistema que es la suma y resta de iniciativas, ocurrencias, privilegios, etc.

Miles y miles de votos en las urnas fueron voces ciudadanas para castigar, al virrey en turno que, todopoderoso, abusó sin límites ni contrapesos de un poder sin rendición de cuentas y hasta ahora también sin consecuencias. Los nuevos gobernadores tendrán el respaldo social para actuar desde el primer minuto de su gestión con la ley en mano y por otro, con la solidaridad para apoyar a aquellos que viven en situaciones de mayor vulnerabilidad.

Estas votaciones tendrán que traducirse en una poderosa participación ciudadana. La sociedad que habló en las urnas deberá ser protagonista con los nuevos gobiernos, sin otorgar espacios para la discrecionalidad y la impunidad. El 5 de junio se convierte así en el principio y no en el final. En el inicio de una mejor realidad para la ciudadanía y una nueva y mejor manera de gobernar. Los partidos ganadores tienen una oportunidad y responsabilidad histórica.

La raya política que representa abanderar la causa del combate a la corrupción es tan redituable que ahora, en plena discusión de la reforma en la materia, ningún partido político va a dejar pasar la oportunidad de llevar agua a su molino.

Las bancadas panistas en el Congreso están enfocadas a capitalizar el malestar que existe en la sociedad en este tema y se aprestan a librar la madre de todas las batallas, tanto en el seno de las comisiones respectivas como en las discusiones en el pleno, para lograr su propósito.

Lo que es una realidad es que el PRI y sus aliados también tienen toda la intención de aprobar todo el entramado legal que dé luz una reforma de gran calado, que revierta este mal endémico que junto a la impunidad exacerban el ánimo de la población. Así las cosas, la lucha se circunscribe en quien logre el mejor posicionamiento ante la opinión pública. Sin embargo, esta postura de los partidos políticos no la comparten aquellos sectores de la población que descalifican a priori todo lo que se geste en el ámbito oficial.

Así el Partido Revolucionario Institucional se sume a la propuesta original de las organizaciones ciudadanas propulsoras de la llamada Ley #3 de 3, y se pronuncie a favor de un fiscal autónomo y con el soporte legal que permita emprender su trabajo con la probidad y eficacia que se requiere en estos momentos, lo cierto es que por desgracia la credibilidad y la confianza de la ciudadanía hacia sus representantes populares está por los suelos, y por otra parte las decisiones políticas están ya “contaminadas” por la sucesión presidencial.

Y recordemos que lo que si resulta obvio es que para tener la lengua larga, hay que tener la cola corta.


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