Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Pepe Yunes Zorrilla, Américo Zúñiga Martínez y Juan Antonio Nemi Dib
Solo tiene sentido blindar algo cuando se considera valioso y se estima pudiera correr peligro.
“Los malos funcionarios son electos por buenos ciudadanos que no ejercen su voto”. Razones para no votar hay muchas, aun así sigo creyendo que las razones para sí hacerlo son, por mucho, más poderosas, así como sus consecuencias. Han sido décadas y el trabajo de cientos y cientos de ciudadanos, así como la construcción de instituciones y marcos legales para construir un andamiaje que, aun con grandes desafíos por resolver, nos da la posibilidad de acudir a las urnas y hacer valer el poder de nuestro voto.
En ocasiones las opciones frente a las urnas son por quien consideramos la mejor alternativa en otros casos por aquella que se considera menos mala; en otros momentos los votos obedecen más a un castigo a ejercicios de gobierno corruptos y de una cínica impunidad; algunos más decidirán por el llamado voto útil, aquel que frente a las diversas alternativas el elector decide otorgar a quien considera tiene la posibilidad de triunfo frente a quien considera la peor de las opciones.
Las encuestas en las que, como en botica, ya hay de todo y se ha recurrido a ellas como herramientas de campaña y de propaganda política, aunque por supuesto no puede generalizarse, juegan para un grupo de electores un parámetro de decisión importante.
Si el poder del voto no fuera real, no obstante los vicios y defectos que aún enfrentan nuestros procesos electorales y democráticos, el tan aguardado día “D” no tendría el poder y peso que hoy le significa a todas las campañas. Es el día en que la “tierra” manda, el día de la movilización para que la gente acuda a votar, procesos que en otros sistemas democráticos son abiertos, transparentes y con reglas muy claras, pero que aquí en México se inscriben en la simulación y van desde una cuantiosa inversión de recursos económicos y humanos, hasta el robo de urnas o el objetivo de ciertos grupos por generar un clima de inestabilidad, cuyo propósito es inhibir justamente la participación ciudadana.
Los resultados de una elección suelen cambiar dramáticamente en función de la participación ciudadana o del índice de abstencionismo.
Si la gran mayoría de los ciudadanos renuncian a ejercer su derecho y participar, estarán fortaleciendo el poder de una minoría que suele ser rapaz y abusiva para que durante los años que dure su mandato los ciudadanos padezcan las consecuencias de un tirano. Basta recorrer algunos estados en nuestro país para percatarnos de una sociedad que vive atemorizada y hablando en voz baja frente a quien se sabe es un corrupto y un corruptor, más allá de las siglas partidistas.
Las elecciones, particularmente en algunas entidades, suelen resolverse apenas por unos cuantos votos. Es en estas decisiones donde el valor y poder de cada voto suele cobrar una dimensión real. Perder o ganar una elección por apenas unos cuantos votos trae consigo consecuencias que pueden llegar a ser mayores y de orden generacional.
El desencanto y hartazgo de grandes sectores de la población frente a la clase política, suele provocar una participación más decidida y exigente en las votaciones. El resto de la historia, con matices diferentes, pero en todos los casos con consecuencias terribles y muy costosas. Ya las conocemos. Hemos ido aprendiendo que votar es apenas el principio y que el ejercicio ciudadano de organizarse en instancias e instituciones para vigilar, contribuir, aportar y dar seguimiento se vuelven indispensables. Hagamos que nuestro voto cuente y cuente bien.
La neutralidad o indiferencia sólo fortalecerá aquello que hoy rechazamos. Hagamos de las urnas nuestra voz, porque votar cuesta, pero no hacerlo cuesta más.
Las elecciones en México se han vuelto una especie de licitación. Se compra acceso a una franquicia para disponer de un presupuesto que podrá ejercerse con transparencia mínima. Suena cínico, pero así es.
En las campañas electorales se gasta en forma proporcional al tamaño del presupuesto al cual se accede. Una ciudad media cuesta un par de millones de dólares, una buena gubernatura cuesta decenas de millones, y la Presidencia de la República requiere de cientos de millones. Así de fácil.
Como en toda inversión, existe un componente de riesgo. Es posible que uno le apueste al caballo perdedor, e incluso que el que gane tome represalias contra quienes apoyaron al jamelgo derrotado. Ha pasado. En teoría, las campañas solo se financian con recursos públicos; nada más lejos de la realidad. Fluye dinero en efectivo que lo compra todo, desde promoción y publicidad hasta votos. Ese acceso a financiamiento público permite otro negocio jugoso, que implica menos riesgo; el registro de un partido político. Este permitirá años de acceso a abundante financiamiento público, por el que no hay que rendir cuentas. Se logra el registro, se obtiene la generosa renta implícita en éste (que incluso alcanza para pagar multas cuando sea necesario jugar rudo), y después basta con aliarse a un partido grande para mantener el registro. Por ello, después de años de “rentar” una franquicia (del PRD), López Obrador optó por “comprar” la propia (Morena).
De una vez por todas se quita de encima preguntas incómodas (¿de qué ha vivido cómodamente tantos años?) Ahora tiene changarro propio. Es alto el riesgo de dinero mal habido financiando campañas, e intentando obtener a cambio favores políticos. Resulta evidentemente iluso pensar que funcionarios públicos resultantes de un sistema tan sucio, pelearan contra la corrupción.
Si ya ganaron la subasta, ¿por qué querrían cerrarse el acceso a recuperar su inversión y la de quienes lo apoyaron? La democracia se debilita con tanto dinero.
En México, es aún más devastadora la falta de transparencia. Ésta irrita a los votantes. Para 2018, urge sacar el uso de cash de la contienda electoral, y es vital reconocer la participación de recursos opacos. Empecemos por forzar a que donantes y donativos se identifiquen, y que 100% de lo que gastan los partidos se haga con cheques y obteniendo recibos.
Por último llegó el momento de pensar en segundas vueltas a todos los niveles, urge legitimidad, mandatos claros, gobiernos de calidad, eficientes, eficaces y comprometidos en la consolidación de las mejores prácticas de transparencia y combate decidido a la corrupción.
Los procesos electorales, el ejercicio de voto, la reconfiguración del mapa político, seguirán siendo indispensables para mantener la institucionalidad democrática.