Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Héctor Yunes Landa, Pepe Yunes Zorrilla y Rafael Grajales Sansores
La prensa es la artillería de la libertad. (Hans Christian Andersen).
“Déjame decirte, amigo. La esperanza es una cosa peligrosa. La esperanza puede volver loco a un hombre” (Red Morgan Freman).
La semana pasada, el Presidente firmó dos iniciativas para liberar el proceso de matrimonio entre personas del mismo sexo. Por un lado, modificando el artículo 4 Constitucional, y por otro, en el Código Civil Federal. Además pidió al Consejo de la Judicatura que, junto con otras instituciones revise legislación en la que pudiese existir lenguaje discriminatorio. Finalmente anunció que México participará en el Grupo Núcleo en la ONU para Homosexuales, Lesbianas, Bisexuales, Transgénero e Intersexuales.
En cuestión política, es interesante que el Presidente, de origen priísta, tome decisiones como éstas. En varias entidades, la oposición a legislar sobre el aborto o la preferencia sexual ha provenido del PRI, al igual que del PAN. En el Distrito Federal el PRD.
En cuestión social, es indudable que reducir la discriminación es siempre agradecible, sea ésta por cuestiones de género o preferencia, como en este caso, o de cualquier otra índole.
Al respecto, sería extraordinario que tomáramos con más atención nuestra proclividad a la discriminación racial, que siempre escondemos o menospreciamos, y que me parece que es mucho peor que la asociada a la cuestión sexual en muchas partes del país (no en todas claro). Seguiré insistiendo en que la desigualdad propia de América Latina no es económica de origen, sino como reflejo de la desigualdad racial. Pero hay otro asunto que me parece interesante en esta decisión del Presidente. Con estas iniciativas México se suma a una ola mundial que ha permitido una gran mejoría en la aceptación que se tiene de preferencias sexuales diferentes y diversas. Y lo más interesante para mí es que se trata de un tema que no existía hace poco. Hace 25 años, nadie se preocupaba por estos asuntos, salvo los directamente afectados, que además no sentían suficiente apoyo como para hacer pública su posición. Algo cambió en este cuarto de siglo que ha hecho que todos consideremos este tipo de discriminación como inaceptable.
En mi opinión, el gran cambio asociado a la preferencia sexual, es el resultado directo del cambio, comunicacional que hemos sufrido desde 1995, con la llegada de las Tecnologías de Información y Comunicaciones. Ahora la comunicación es instantánea y todo consumidor es a la vez, productor de información.
Esto permite la conformación de grupos que coinciden en la forma de pensar y costumbres, y cuando hay grupos organizados hay política.
Habrá quien piense que las redes sociales son formas de perder el tiempo, instrumentos de distracción o entretenimiento, y en ocasiones mecanismos que pueden ser usados por criminales para engatusar incautos. Pues sí, todo eso son, pero antes que todo eso, y sobre todo de forma más importante, son una forma diferente de comunicación. Y cada vez que los seres humanos modificamos nuestro pensamiento, y con ello, nuestra organización. La firma de las iniciativas es un excelente ejemplo de esto.
Como lo he comentado en anteriores columnas, por el impacto que tiene la corrupción en la credibilidad de las instituciones en el país, ha llegado el momento de considerar este problema como un riesgo a la seguridad nacional.
El tema de corrupción está de moda en México por la simple razón que más que resolver el problema ante la lenta democratización del país, parecería que el problema se ha ido agravando por lo menos desde la perspectiva de la población. Que funcionarios públicos se quejen de la pérdida de privacía implícita en la Tres de Tres es como si alguien que requiere de una cirugía urgente se rehusara a desvestirse por recato. A veces, a medidas indispensables, y el bien común en este caso, requieren de niveles de compromiso incómodos. Si quieren ser funcionarios “públicos”, recibiendo recursos “públicos”, requieren someterse a escrutinio “público”, tan simple como eso.
¿Cómo podremos hacer que nuestros políticos “entiendan”? La solución tiene dos elementos claros. Primero limpiemos la política, para atraer a ciudadanos talentosos que hoy, ni locos, considerarían un puesto público, ante el escepticismo realista de que podrían provocar cambios reales, enmedio de un entorno tan profundamente sucio. No nos engañemos.
Como sociedad, nada es más importante que impulsar con vehemencia una lucha frontal contra los cuatro jinetes del Apocalipsis a los que aludió Enrique Krauze en su reciente ensayo en Letras Libres: corrupción, impunidad, inseguridad y violencia.
Corremos dos riesgos igualmente peligrosos.
Primero, que el país caiga en manos de un populista alternativo a los políticos que “no entienden” y siguen tratando de regresar a un pasado que ya no existe. Segundo que la influencia del crimen organizado se vuelva determinante en nuestra operación política, y que temas de violencia o de derechos humanos, simplemente imposibiliten el desarrollo del país y acabemos en una espiral sin control. Si, tenemos instituciones más fuertes que estos últimos, pero ciertamente no estamos haciendo nada para fortalecerlas y empoderarlas.
Nunca he entendido por qué es tan fácil para la sociedad mexicana criticar desde la tribuna y sentirse víctimas y no parte del problema, sin realmente tomar riesgos, ensuciarse las manos e involucrarse en los procesos.
Tenemos un solo país. Éste está hoy mucho mejor de cómo estaba hace veinte años, sería difícil comprobar lo opuesto. Pero, como todo país de ingreso medio, se requerirá de un colosal esfuerzo social para fortalecer instituciones que incrementen sustancialmente nuestra posibilidad de progreso o incluso de mantenernos como estamos. Hoy ni siquiera tenemos un sistema judicial que castigue conflictos de interés. Miles y miles de funcionarios corruptos, y de ciudadanos que los corrompen, gozan impunemente de los frutos de sus funestas acciones, mientras que miles de mexicanos pobres pueblan un sistema penitenciario de vergüenza, simplemente porque no cuentan con los recursos para exigir debido proceso. Además es un entorno de bajo crecimiento, la asignación eficiente de recursos escasos es crucial. La excesiva corrupción lo impide. Necesitamos involucrarnos con mucha mayor determinación.
Y sí, digan lo que digan, la reducción de la corrupción al final de cuentas es un problema de voluntad política. Y por no buscar resolverlo mediante los mecanismos normales que pueden acceder las democracias, ahora, también hay que considerarlo como un problema de seguridad nacional.