Con solidaridad y respeto a Pepe Yunes Zorrilla y Juan Antonio Nemi Dib/
Francisco Cabral Bravo/
La solidaridad no es un sentimiento superficial, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos realmente responsables de todos (Juan Pablo II).
Las patrióticas celebraciones de este septiembre debieron ser el recordatorio del alto costo que han tenido para México las discordias políticas e ideológicas. Y, sobre todo, los discursos de odio que con fines políticos envenenan a la sociedad.
Embebidos en las rencillas generadas por las disputas del poder, en el chismorreo de las redes sociales que han suplido a los “chismes de lavadero” o a los calumniados “chismes de café”, nos dejamos acosar por aquellos que llevan el luto en el alma y quieren que todos lo llevemos.
La historia de México constituye un conjunto fascinante de hechos pletóricos de luces y de sombras, de personajes increíbles, de guerras injustas, de contradicciones permanentes y también de interpretaciones polémicas y diversas.
La invasión norteamericana no sólo nos despojó de la mitad del territorio nacional, sino que vino a subrayar algo que las generaciones posteriores suelen olvidar.
Las relaciones que se han dado a lo largo de la historia contemporánea con Estados Unidos han mejorado paulatina y decididamente, somos desde hace tiempo aliados en el progreso recíproco y en el comercio común. Más allá de estos rencores históricos y raciales, nuestra relación se ha fortalecido en el entendimiento y la concordia.
Estos sucesos de contradicción entre realistas e insurgentes, entre liberales y conservadores y entre federalistas y centralistas, produjo una amalgama que tardó tiempo en madurar, por varias razones, entre otras, la formación de una nueva raza, la “Raza Cósmica” a la que Vasconcelos aludió como una nueva esperanza para la humanidad.
Perdimos porque nos dominaron las pasiones políticas e ideológicas, tan intensas que los contendientes no se veían como compatriotas que pensaban distinto, no como adversarios a vencer en la contienda política, sino como enemigos mortales que había que destruir.
El germen de la discordia floreció por más de medio siglo en el México de entonces.
Quizá todo hubiera sido distinto si no hubiéramos perdido tanto tiempo en las guerras intestinas, si no hubiéramos escuchado las voces que envenenan a la sociedad, emponzoñaron el ambiente social.
Cierto, el hubiera no existe. La historia no la podemos cambiar. Cierto, en otras circunstancias internas la historia pudo ser distinta, pero en estos tiempos en que otra vez se desata con pasión la disputa política por los estados y la nación del siglo XXI, quizá deberíamos recordar las terribles lecciones de la historia.
Hoy, nuevamente existen graves confusiones ideológicas respecto al rumbo del país y de los estados, por eso, es fundamental que en este mes de la patria, hagamos un alto en el camino y reflexionemos sobre el verdadero contenido de nuestra historia y de nuestro proyecto constitucional.
Lo que sí es un hecho, se lo reitero, es que se acabaron los tiempos de lo que alguna vez consideramos “normalidad”.
En un mundo incierto, inestable y lleno de incógnitas y sorpresas es algo que no va a cambiar por un buen tiempo.
En otro tema, como lo describí la semana pasada, en la última década, el mundo ha sido testigo de eventos inéditos en la historia del papado.
La elección de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, un jesuita innovador en sentido amplio, que da frescura a la Iglesia católica y le permite contemporizar con las tendencias del mundo de la posguerra fría y las necesidades espirituales de las nuevas generaciones de fieles en todos los rincones del planeta ha constituído un momento trascendente que ha marcado un peculiar estilo de conducción de los destinos de la Iglesia católica y de la Santa Sede.
Con Francisco se abre camino a una forma original y creativa de “vivir y procesar”.
El dogma, que se sustenta en el optimismo religioso y deja atrás la idea de que todo es pecado.
Otro aspecto que llama la atención del sucesor de San Pedro es su sencillez y compromiso con los desheredados, cualidades que explican que haya adoptado el nombre del “pobre de Asís”. Aunque no es el caminante universal que fue Juan Pablo II, pero sin dejar de viajar y de hacerse presente en diversas regiones, Francisco ha cumplido un notable papel en asuntos de interés global, como el caso de Cuba, donde ha sido factor determinante para la restauración de relaciones diplomáticas entre la Habana y Washington.
En este contexto acredita la autoridad política de la Santa Sede y, por supuesto, la singular forma de Jorge Bergoglio de conducir la diplomacia vaticana con sutileza y efectividad.
En territorio isleño, Francisco saludó a los jóvenes del Centro Cultural Padre Félix Varela, organización no gubernamental. El objetivo es claro, el apoyo del papa argentino a esta organización católica lleva implícito su respaldo a otras similares que trabajan por la reconciliación del pueblo cubano. Es un gesto que al amparo de la devoción popular por la Virgen de la Caridad del Cobre, acompaña los esfuerzos aperturistas del régimen.
En Estados Unidos país protestante y puritano, la presencia de Francisco es un reconocimiento al aporte económico de la Iglesia estadounidense a la sede apostólica y al creciente número de fieles católicos de países latinoamericanos y del Caribe que radican en la Unión Americana. Por lo que hace al capítulo político, la visita al Congreso lleva implícito un reconocimiento a los padres fundadores de esa nación y aunque no se diga, a la estatua del franciscano español Fray Junípero Serra, que albergan sus muros.
Por último y como mera nota, su presencia no puede dejar de verse como un gesto que, desde el Nuevo Mundo seguiría llamando las diferencias que impiden a la Iglesia anglicana incorporarse a la cristiandad romana.