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¿La fuerza de la verdad, callejón sin salida?

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Francisco Cabral Bravo

Con solidaridad y respeto a Miguel Angel Yunes Linares, Héctor Yunes Landa y José Francisco Yunes Zorrilla

Esta frase no es mía. La tomo prestada de un profesor que hace muchos años la dijo en una clase para sorpresa de varios de sus alumnos.

Hoy la retomo porque muchas situaciones coyunturales de este país merecen ese mismo calificativo. Basta abrir el periódico, ver las noticias o darle una vuelta a Twitter, para ver y oír declaraciones lamentables, declaraciones de un cinismo verdaderamente ofensivo.

Desafortunadamente no se acotan a un solo ámbito, están presentes independientemente del espacio del que se hable. Es con frecuencia un problema recurrente en el ejercicio de la función pública, la percepción de ser incomprendido por la ciudadanía. La sensación de que a pesar de todos los esfuerzos, el electorado no aprueba, respalda o ratifica el trabajo de los servidores públicos.

“La Conade es una agencia de viajes” dijo Alfredo Castillo, su titular, en una entrevista añadiendo que la Conade no tiene ninguna responsabilidad en el rendimiento de los atletas. Curioso entonces que las siglas se refieran a “Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte”. Cualquiera diría, pensaría que una comisión con ese nombre tendría la responsabilidad de encontrar el talento deportivo en el país, fomentarlo y apoyarlo.

Pero el titular de la dependencia abusa de las palabras y menosprecia la importancia del organismo que preside.

Me imagino que se exigirán renuncias, veremos comisiones que investigarán el uso que la Conade le ha dado a los recursos que recibe, escucharemos declaraciones de lo importante que es el deporte nacional y que ahora sí, ya en serio, se empezarán a preparar para los siguientes juegos en Tokio en 2020. Este es un tema que desafortunadamente y dada nuestra mala memoria, se nos olvidará en un par de meses. Aunque se dice que los mexicanos no tenemos memoria o que por la celeridad con que vivimos pronto olvidamos lo que nos rodea, hay sucesos que siempre estarán en nuestra mente. Pero las declaraciones cínicas están en todos lados.

¿Tenemos una inclinación a magnificar las malas noticias y a minimizar las buenas, como señaló hace algunos días el presidente Enrique Peña Nieto?

Sin duda, hay algo de eso. Le hemos comentado en este espacio cómo las percepciones modifican las dimensiones de la realidad, y lo malo se ve grande y lo bueno pequeño.

Pero, hay un problema tan importante como éste en la forma en la que el gobierno da la información: no construye una narrativa. Y sin ella las noticias buenas se diluyen en minutos.

La diferencia en el impacto de la información tiene mucho que ver con el hecho de poder contar una historia.
Si usted puede seguir hablando de un hecho, éste tendrá mucho más impacto que aquel que se agota como un asunto aislado e inconexo.

“Nos quieren inundar con malas noticias” dijo el Presidente. No lo creo.

De hecho, creo exactamente lo contrario. Todos los que tenemos un espacio estamos ávidos de buenas noticias, queremos hablar de las cosas buenas, de los logros que tiene el país, los estados y municipios, de los avances.

No hay que confundirnos. Las buenas noticias son el resultado de hacer extraordinariamente bien el trabajo que nos toca hacer, sea el que sea. No sobra el adverbio. Para que sea una buena noticia, debe de ser extraordinario.
Hoy en día se percibe como buena noticia cualquier resultado positivo del trabajo que hacemos.

Me gustará hablar de cómo se ha logrado controlar el déficit público, me daría mucho más gusto escribir sobre cómo los programas de transparencias han sido eficaces para disminuir la pobreza, sobre cómo hemos aprendido las lecciones del pasado y cómo ya sabemos gastar de forma eficiente los recursos públicos. Me encantaría decir que ahora sí veo un compromiso claro para atender los conflictos de interés y enfrentar la corrupción.

Pero los noticieros, los periódicos, las redes, nos confrontan diariamente con el cinismo de varios personajes de la vida pública del país. Al presidente le preocupa el mal humor social. Tiene razón. El mal humor afecta al comportamiento de la economía, como lo sugiere Keynes. Algo tendrían que entender nuestros gobernantes: el cinismo no mejora el humor de la sociedad, al contrario lo empeora. ¿No es más fácil comunicar con claridad y transparencia? Hay muchas buenas noticias que valorar y apreciar, como el muy controlado y positivo índice de inflación en México; el crecimiento del sector manufacturero; el incremento del consumo según las tiendas del ANTAD; la creciente inversión extranjera directa, que en buena medida va a crear empleos.

Todas son buenas, todas acusan un manejo responsable de una economía que no alcanza a despegar, pero que aguanta los embates de las crisis externas, como el derrumbe del mercado petrolero, la contracción de China, la muy lenta recuperación estadounidense. Buenas noticias que quedan opacadas, marginadas ante temas frívolos que bien podrían pasar totalmente desapercibidos. Como el penoso asunto y ni qué decir de la tardía y oscura acción legal en contra de los gobernadores delincuentes. Un buen gobierno, tendría que convertirse en un campeón de la moralidad, la legalidad, la eficiencia, la investigación y la defensa ciudadana.

La buenas noticias, se ven opacadas, marginadas por temas que atendidos con oportunidad, eficiencia y transparencia, podrían haber dejado incluso, de aparecer como noticias.

Si el gobierno no comprende que antes de reclamar a la sociedad o a los medios que no ponderan adecuadamente lo malo y lo bueno, no hace la tarea de generar una historia interesante y creíble respecto a lo que está haciendo, acabaría hundiéndose en medio del reclamo de que lo que hace es incomprendido y mal valorado.


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