Con solidaridad y respeto a Miguel Angel Yunes Linares, Héctor Yunes Landa y Pepe Yunes Zorrilla
Francisco Cabral Bravo
“La envidia es el único pecado capital que ni siquiera permite un momento de placer” (George Will).
Se ha derramado mucha tinta, aunque quizás no suficiente, sobre el significado del voto, en las pasadas elecciones: ¡no más corrupción!
Zurcir un parche a un balón de futbol averiado o a una llanta en mal estado fue por años una solución “por mientras” hasta que la temporalidad se fue convirtiendo en una realidad cotidiana con costos incalculables.
Ahora se parchan leyes, se parchan los acuerdos, se parchan los contratos, las deudas, los hospitales, los planes de estudio, se parchan las calles y avenidas; las alcantarillas, las máquinas, los andadores, las casas, los parques, los presupuestos, las nóminas, los aeropuertos, los topees, se parchan las tomas de agua, se parchan las goteras, se parcha México.
Miles y miles de “diablitos” enredados entre sí, son los parches a un robo de luz.
Optamos por arreglos temporales por múltiples razones. Desde la falta de planeación, donde nos lleva ventaja el futuro y resolver para el corto plazo nos conforma.
Ya casi a nadie asombra que permanentemente se parchen calles, avenidas y carreteras y vamos librando obstáculos al transitar con una costosa resignación y enfado.
No es casual que en los diferentes órdenes de gobierno los puestos vinculados a obras públicas sean tan cotizados y en innumerables casos se operen con opacidad y corrupción. Optamos por lo más fácil porque no hemos hecho de la cultura de la legalidad nuestro modus vivendi. Porque las consecuencias de parchar una ley, un contrato, un acuerdo, siguen siendo menores frente al mandato de cumplir lo comprometido.
Como afirma Macario Shettino, el régimen de la Revolución hizo de la ilegalidad una virtud: la negociación. Lo políticamente correcto es afirmar que se “reconsideró, ajustó, modificó, renegoció o adecuó”, tal o cual contrato y mandato legal, cuando lo que se está haciendo es simple y sencillamente parchar. En México los partidos políticos alimentan a su base tradicional, con candidatos impresentables, con tal de aprovecharse del enojo de los electores.
En nuestro país el riesgo del populista es mucho más grave. Lo es porque la debilidad institucional es patente y, por ello, sería más difícil contener el daño; porque es fácil dar marcha atrás a logros que han sido el resultado de situaciones a veces milagrosas.
Por ello lo que están haciendo algunos partidos políticos es particularmente irresponsable. Lo es cuando tantos de sus habitantes se enriquecen en forma grotesca, cuando abusan del poder, cuando restriegan la impunidad en la cara de quienes nada tienen, cuando permiten que la ley se aplique en forma selectiva, cuando favorecen al amigo, cuando doblan las reglas.
Se “reconviene” cuando algún grupo de presión, logra imponer sus intereses particulares y consigue como prebenda espacios de discrecionalidad o recovecos por donde sea posible violar la ley, haciendo realidad aquello de que se cumpla la ley, pero en los bueyes de mi compadre.
Están también los parches de la pobreza. En México tenemos miles y miles de familias de poder construir, algún día, un segundo piso.
Decidimos zurcir parches por desidia, confort, mediocridad y descuido. Si hay un vidrio roto mejor se pega con una cinta adhesiva y al cabo de unos días ya nos acostumbraremos a verlo como parte del paisaje.
La cultura del parche tiene costos incalculables e irreversibles.
Me preocupa ver que están más preocupados en vender una Reforma Educativa que en el mejor de los casos ir a la décima parte de la velocidad que el entorno exige, que en buscar incorporar a millones de jóvenes a la economía moderna, dotándolos con habilidades y herramientas que les permitan ganarse una vida digna. Pero lo que más me irrita es ver el flagrante descaro con el que algunos gobernadores pretenden blindarse después de haber sido corruptos y que más daño han hecho a sus estados en décadas, me queda claro que no entienden el peligro o no les importa sembrar tanta frustración y enojo.
Cuando de inicio se emprende una tarea con la convicción de que la modificaremos después, estamos autosaboteando cientos de oportunidades, estamos debilitando nuestras instituciones y, por ende, poniendo en la picota la legalidad.
Este México con parches por doquier es causa del enojo y la frustración, es tierra fértil para la corrupción e impunidad, y también para las propuestas y las soluciones supuestamente mágicas.
Quizá se requiera más pero no menos.