Con solidaridad y respeto a Miguel Angel Yunes Linares, Héctor Yunes Landa y José Francisco Yunes Zorrilla
Francisco Cabral Bravo/
La reciente muerte de Don Lorenzo Servitje fuerza a hacernos una pregunta esencial: ¿Dónde están los nuevos empresarios mexicanos? ¿Quiénes son?
Despierta nostalgia ver la trayectoria de un par de hermanos que a partir de décadas de trabajo construyeron la mayor empresa de pan en el mundo.
Se dice fácil, pero puedo pensar en muy, muy pocas cosas de éxito comparable, acompañado de comportamiento tan ejemplar, que incluso trasciende en la siguiente generación hoy en la empresa. Hablamos sobre las limitaciones de nuestro gobierno y gobernantes, pocos defenderían lo opuesto.
Sin embargo, estoy convencido de que un reto paralelo, en peso e importancia, proviene de las limitaciones de nuestra actividad empresarial.
Ciertamente hay un grupo de empresas mexicanas exitosas e internacionalmente competitivas. Pero me sorprende no poder pensar en empresas nuevas que estén en ese privilegiado grupo, y resulta alarmante carecer de empresas competitivas en los nuevos sectores relacionados con la revolución tecnológica.
Abundan empresas manejadas por segundas o terceras generaciones, algunas con éxito, otras no. Pero hay muy pocas grandes empresas recientemente fundadas por empresarios de primera generación.
El grueso de las empresas tecnológicas son estadounidenses y de reciente creación. Pero algo más llama la atención en la formación de grandes empresas en ese país.
Sin vernos en el espejo, abiertamente afirmamos que Estados Unidos se equivoca al rechazar migrantes, pues buena parte de su historia “excepcional” se ha debido a éstos.
Si lo vemos a nivel de empresas, lo que tienen en común Google, Goldman Sachs, Ebay, Comcast, Yahoo, Colgate, Du Pont, Pfizer, es que todas fueron fundadas por inmigrantes de primera generación.
En total, 51% de las empresas nuevas que han alcanzado valuaciones superiores a mil millones de dólares, fueron fundadas por migrantes. Eso es algo más que el deceso de Don Lorenzo Servitje nos debe llevar a reflexionar.
Empresas como Bimbo, Aurrera o Modelo son resultado de empresarios españoles de primera generación, o hijos de éstos. Carlos Slim, hijo de un inmigrante libanes, o incluso de Femsa, fundada por Don Isaac Garza, educado en España, pero donde una parte importante del perfil comprometido, disciplinado y austero de su hijo, Don Eugenio Garza Sada, quizá se explique porque su familia se vio obligada a refugiarse en Estados Unidos durante la Revolución Mexicana.
El hambre de emprender ésta íntimamente relacionada con la ambición del migrante. Se estima que hay más de dos millones de negocios en Estados Unidos fundados solo por migrantes hispanos, muchos mexicanos.
Ese es el caso en otros países. Si analizamos la inversión en empresas de nueva tecnología, veremos que el grueso de las empresas financiadas fueron fundadas también por migrantes.
¿Será que la falta de nuevas empresas se debe, entre otras cosas, al fuerte rechazo que en México hay a los migrantes? La reciente intolerancia hacia la migración que con tanto fervor criticamos en Estados Unidos es más que evidente en México.
Somos un país racista e injusto, y tenemos poco de que enorgullecernos en cuanto a nuestra aceptación a migrantes o a aquellos que son diferentes a nosotros. Vivimos en un país donde les seguimos limitando el acceso a puestas públicas (pregúntenle a Alejando Werner) o académicos.
Tenemos uno de los porcentajes más bajos de migrantes en América Latina, y hasta el Salvador recibió a más refugiados judíos que nosotros en época del holocausto. Veamos el enorme beneficio que uno de los pocos momentos de apertura real a la migración (española en este caso) trajo a México.
Nos beneficiaríamos enormemente de abrirnos a la migración de jóvenes de muchos países que podrían aportarnos sudor y espíritu emprendedor. Dejemos de ver la paja en el ojo ajeno, para ver la viga en el propio.
Y retomando el tema de Donald Trump, los diques y casamatas del Estado y la sociedad civil estadounidense con los días salen a la superficie y nos permiten asomarnos al panorama de escaramuzas legales y sociales, confrontaciones, desengaños y entusiasmos que recorrerán la patria de Lincoln antes de arribar a una nueva y generosa normalidad.
De aquí que las especulaciones sobre las razones del optimismo y la persistente documentación de nuestro pesimismo no tengan fecha de término. Y qué bueno, porque de ahí puede emerger un espíritu público abocado a la deliberación más que a la hoguera; a la reflexión sensata y hasta humilde más que a la arrogancia y el regodeo en las pequeñas vanidades.
Los desplantes y el tono hostil de Trump hacia nuestro país han suscitado en México numeroso reflejos, actos y discursos a favor de la unidad nacional.
No es nuevo ni extraño el que ataques o amenazas externos produzcan reacciones nacionalistas. De hecho, el apelar a la “unidad nacional” es y ha sido históricamente la respuesta más inmediata y más socorrida frente a las agresiones del exterior en muchísimos países y comunidades a lo largo de la historia.
Dos preguntas obligadas en relación a este asunto en México hoy, con todo, son ¿Cuánta unidad? Y ¿Unidad en torno a qué? En relación a la primera pregunta, suscribo lo argumentado por Jesús Silva Herzog Márquez en su columna del periódico Reforma.
En suma, unidad sí, pero con límites claros. Dicho en otras palabras: bienvenida la unidad, siempre que respete y no ahogue la diversidad y la crítica.
En lo que se refiere a la segunda pregunta, ¿unidad en torno a qué, a cuáles valores, a cuáles prácticas y objetivos comunes? Me temo que, en el mejor de los casos, la discusión apenas comienza.
Limitada y balbuceante aún esa conversación resulta fundamental y tendríamos que darle máxima prioridad. Como bien recordaba Rolando Cordera en un foro reciente sobre México frente a Trump, al fin de la guerra de 1847 vs los Estados Unidos, Mariano Otero señalaba que la derrota era el resultado de la falta de unidad entre los mexicanos y que esa misma derrota obligaba al país, si acaso quería ser un proyecto viable a futuro, preguntarse sobre los valores fundamentales que vinculaban a los mexicanos.
A casi siglo y medio de distancia, nos toca volver a identificar, discutir y acordar cuáles valores, prácticas y objetivos compartidos en concreto nos vinculan y pudiesen darle sustento a México como comunidad política independientemente de cara al futuro.
¿La libertad sin responsabilidad? ¿Máximas y guías para la acción tales como “obedézcase, pero no se cumpla”? ¿Privilegios sin fin para unos cuantos y falta de los derechos y las oportunidades más elementales para los más? ¿Usufructo privado de los bienes y recursos públicos? ¿Desdén y falta de cuidado por lo que es de todos? ¿Discriminación sistemática por género, por color de piel y por condición socioeconómica?