Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Miguel Angel Yunes Linares, Héctor Yunes Landa y José Francisco Yunes Zorrilla
El desempeño de los países refleja el comportamiento de sus liderazgos. En México tendemos a pensar que el único que causa o resuelve problemas es el gobierno, olvidándonos de otros grupos con poder real que inciden en las acciones de éste.
El mundo enfrenta un punto de inflexión determinante quizá sólo recientemente comparable al principio de los años treinta, cuando el colapso económico mundial fue agravado por el proteccionismo estadounidense. La historia es así. Se compone de momentos en los que las sociedades eligen, a veces bien, a veces no. Estados Unidos parece estar por decidir contra el demagogo naranja, pero ahora corre el riesgo de que si los demócratas arrasan, eso les abre espacios legislativos a la izquierda extrema de su partido.
Es curioso que la vulgaridad y estridencia de Trump podrían estar salvándolos de Ted Cruz, y que Bernie Sanders estuvo cerca de ser candidato, ambos serían peores opciones que Trump. En México también enfrentamos una disyuntiva histórica. Se lograron reformas estructurales trascedentales, que urge apuntalar, desmarcándolas de la merecida crítica a la corrupción excesiva e irresponsabilidad fiscal. Los medios y quienes tenemos acceso a éstos, tenemos la obligación de criticar, pero en forma responsable y constructiva, evitando caer en la mediática tentación de presentar un país casi en llamas.
Hay regiones que sí crecen y prosperan, industrias y empresas mundialmente competitivas y jóvenes profesionistas que no le piden nada a los de otros sitios. Por cada Veracruz hay un Querétaro, y por cada Quintana Roo, un Aguascalientes. No generalicemos.
Es momento de que otros grupos de poder asuman la responsabilidad que históricamente les corresponde. México tendrá que enfrentar su reto en medio de un entorno mundial que se seguirá complicando. En el mejor de los casos, habrá menos crecimiento y la revolución tecnológica acelerará el problema de desplazados de sectores económicos tradicionales que fortalecerá posturas extremas y pondrá en jaque a las democracias de países industrializados, pudiendo descarrilar la frágil recuperación mundial que vivimos.
Un entorno tan complejo imposibilita el acceso al poder de líderes deseables, e incrementa el costo de tomar decisiones difíciles que se han postergado por décadas.
En México, las élites están paralizadas. Ante la amenaza de López Obrador, no se atreven a criticar los pecados flagrantes de la presente administración. Condonan la pésima implementación de reformas. Les es fácil tener paciencia en la resolución de la debacle educativa del país, porque sus hijos van a las escuelas privadas, a veces incluso fuera del país. Manifiestan preocupación por el resurgimiento de la inseguridad, pero viven en barrios con seguridad privada, o tienen el lujo de que escoltas protejan a sus familias.
Se escandalizan por la volatilidad económica del país, pero tienen recursos para proteger su ahorro en mercados internacionales. Se manifiestan contra la corrupción, pero en ocasiones llevan generaciones aprovechando un statu quo que es efectiva barrera de entrada para posibles competidores. Si la situación revienta, tendrán la opción de migrar como lo hicieron élites de otros países como Venezuela.
El próximo gobierno de México, tiene que tomar decisiones que serán duras, pero son indispensables. Todavía es posible, con apoyo adecuado. Urge generar nuevas opciones de educación gratuita que estén fuera de las garras del marasmo sindical magisterial copiando las mejores prácticas de “charter schools” estadounidenses. Urge imponer disciplina fiscal, metiendo férreos candados al actual despilfarro de recursos públicos, pero incrementando la base de recaudación y, sobre todo, haciendo del federalismo fiscal algo impostergable.
Urge incrementar la inversión en infraestructura, cuando sobran recursos internacionales para financiarla, pero escasean proyectos inteligentes. Urge convocar a las mejores mentes de este país, y de otros, para implementar políticas que acaben con corrupción e impunidad en forma realista y sin demagogia. Esto permitirá ponerle límites al resurgimiento de la violencia y cerrarle espacios al crimen organizado en ascenso. Y, urge acelerar la integración de México a América del Norte, trayendo al siglo XXI nuestra política exterior de los cincuenta.
No es momento para politiquería peligrosa, para miope corporativismo, o para envolverse en banderas ideológicas absurdas.
Tenemos dos años para arropar al gobierno que venga con tecnócratas capaces y políticos serios para que entren con un proyecto correcto concreto, que sea bien entendido por los medios para explicarlo, venderlo y difundirlo.
La única forma de combatir al populismo es haciendo una alianza bien informada con quienes serían los principales beneficiados de un Estado que funcione.