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México vivirá tiempos mejores

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Francisco Cabral Bravo

Con solidaridad y respeto a Héctor Yunes Landa, Pepe Yunes Zorrilla y Américo Zúñiga Martínez
Me equivoqué. En algunos años de escribir en los medios y redes sociales, toqué una fibra sensible. Incluso se sintieron aludidos quienes, pudiendo serlo, son los menos elitistas que conozco. Saben que pueden hacer más y eso me anima.

Frecuentemente, hablamos de dos Méxicos, es un país polarizado. Hay un México de quienes lo tienen todo, y otro numeroso de quienes nada tienen. Hay un México que espera a que gobierno y gobernantes marquen la pauta, otro que hará y emprenderá, independientemente de éstos.

También hay un México que está convencido de que no hay solución, de que padecemos problemas inexplicables, parte de nuestra esencia, “culturales”, y otro, a quien convoco, que sabe que se puede más, que el cambio no es fácil, pero sí posible, que lo provocan ellos; convencidos de que los derechos se reclaman, de que activismo constructivo genera cambio. Nadie escoge donde nace. Tolstoi decía que “todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a él mismo”.

Hace dos semanas se anunció el dato de crecimiento de la economía mexicana para el 2015. Crecimos 2.5 por ciento en relación al año anterior. Como todo esto puede verse como el vaso medio lleno o medio vacío. Ese crecimiento no ha sido suficiente para mejorar la calidad de vida de los mexicanos.

El crecimiento ha sido mediocre por lo menos en los últimos 20 años. También salieron los datos de pobreza. Independientemente de que el índice haya subido o bajado, la realidad es que sigue habiendo 51 millones de mexicanos a los que no les alcanza su ingreso laboral para adquirir la canasta básica alimentaria. ¿Qué pasa en el país que no podemos salir de este estancamiento?, ¿Cuáles son las opciones? No hay una solución única o una política mágica que nos permita entrar en una dinámica de crecimiento sostenido. Son muchas cosas, ninguna suficiente, pero todas necesarias.

A la luz de estos resultados, se llega al tema de la corrupción. No es un tema ajeno a nadie. Hay un ánimo en la sociedad de hartazgo frente a las prácticas rampantes de sobornos, moches, mordidas, tráfico de influencias, conflicto de intereses, uso indebido de recursos, y cualquiera que caiga en el amplio espectro de la corrupción.

La corrupción cuesta en dinero, en tiempo, en recursos. Pero también cuesta en todo lo que no vemos: los proyectos de inversión que no se hacen, las pequeñas empresas que no nacen por los costos asociados, el gasto público que pudo haber sido eficiente pero terminó en manos de algún mal funcionario, las obras públicas que se pudieron asignar a una empresa con menos costos y más calidad, pero que se entregaron a un amigo o a un compromiso político.

Cuando los proyectos se asignan bajo criterios de favoritismo y no bajo criterios de eficiencia, se sacrifica la productividad. Tendremos proyectos caros y malos. Lo que más me llama la atención es que éstas prácticas se vean como un hecho. En repetidas ocasiones, he escuchado la frase “es que son usos y costumbres”. Dicen que la corrupción es cultural.

Extraña forma de justificarla. No. La corrupción no es parte de nuestros “usos y costumbres”. Los usos y costumbres los determinamos cada uno de nosotros. Uno decide si va a sobornar o a ceder ante un soborno. Nosostros decidimos si enseñarle a nuestro hijo que está bien sobornar a un agente de tránsito, si está bien estacionarse en triple fila aunque violentemos la ley.

No se los tenemos que decir. Lo ven todos los días en nuestras acciones. Me rehúso a pensar que así son las cosas y que no hay nada que hacer. No es cultural. Los corruptos no cederán voluntariamente sus privilegios. Se los tenemos que quitar. La rendición de cuentas no ocurrirá por generación espontánea. La impunidad no se acabará cuando lo decida quien vive en forma impune. Tenemos un solo país. Es éste. Viviremos en un solo momento. Hoy no tenemos el derecho a criticar, cuando hacemos nada por resolver las cosas, por mejorar, por exigir. Sólo existen dos alternativas, nadar o hundirse. Se es parte de la solución o del problema.

Si todos estamos hartos, si a todos nos indignan los actos de corrupción, seamos consistentes y no caigamos en esas prácticas, por menores que nos parezcan. La corrupción no es un fenómeno que ataña únicamente al sector público, ni a altos niveles de ingreso, ni a las cúpulas del poder. Nos atañe a todos en cualquier ámbito y en todos los niveles. México es un país posible. Se diga lo que se diga. Hay mucha gente con ganas de hacer mejor las cosas. Pero, México no puede seguir siendo el país que da dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás.

El entramado de la corrupción seguramente alcanza niveles insospechados, por eso nadie se ha atrevido a tomar en serio el tema. Nadie nos va a regalar nada. ¿Podremos hacerlo nosotros? ¿Nos daremos cuenta de que nos tiene detenidos como país?

Hoy tenemos la oportunidad de exigir. En mayo los legisladores tendrán que presentar los cambios regulatorios que dan origen al Sistema Nacional Anticorrupción y hay iniciativas ciudadanas presionando por los cambios. Depende de nosotros impedir que, por omisión o desidia, forcemos a nuestros hijos a vivir en medio de corrupción e impunidad. Demostremos que merecemos más. No tenemos el derecho de decirles a nuestros hijos que nos dimos por vencidos porque el cambio era imposible.


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